miércoles, 16 de diciembre de 2009

La lluvia amarilla, de Julio Llamazares


Julio Llamazares (entrada en EPDLP) es un autor de obra diversa: poesía, ensayo, viajes, cuentos y novela. Sus novelas se caracterizan por un estilo poético, que en La lluvia amarilla consigue fundir especialmente bien la historia personal, la colectiva (de un pueblo pirenaico en extinción) y un paisaje de tintes cada vez más fantásticos (trasunto de la emoción del personaje). En esta novela solo hay una voz, la del que será el último habitante de Anielle, que ve cómo todos los demás se van marchando o muriendo, por la guerra, las enfermedades, la desolación misma (como ocurre con su mujer, Sabina). Nos habla desde la última noche, rememorando lo vivido como una invasión progresiva: la nieve y las tormentas, la lluvia amarilla que todo lo contagia hasta la muerte de Sabina y el florecimiento último del manzano, con manzanas podridas por la muerte. Andrés de Casa Sosas, el protagonista, es un resistente a ultranza: dejará de hablar a su hijo por ser de los que se marchan y amenazará con la escopeta a Aurelio cuando vuelve a recoger unos muebles, hasta el punto de sentir temor de sí mismo y sus reacciones, por si la sangre (que en muchos pasajes también tiñe cristales y rocas, por efecto del sol) pudiera dominarlo.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Valoración de los libros

Este ha sido el resultado de la encuesta. Se puntuaba del 1 al 5, se extraía la media y se multiplicaba por 2; es decir, que las notas posibles van del 2 al 10 y el aprobado de nuestro conjunto de lectores, siempre con respecto al placer que les ha reportado la lectura y sin discutir la calidad literaria de nadie, estaría en el 6.

1. Narradores de la noche, de Rafik Schami
10,0
2. La perla, de John Steinbeck
9,8
3. Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender
9,3
4. El niño con el pijama de rayas, de John Boyne
9,0
El perfume, de Patrick Süskind
9,0
5. Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez
8,6
6. Eloísa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela
8,3
El viejo y el mar, de Ernest Hemingway
8,3
Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa
8,3
Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza
8,3
7. El barón rampante, de Ítalo Calvino
8,0
El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon
8,0
8. La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza
7,8
9. El viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda
7,7
10. 1984, de George Orwell
7,6
11. Seda, de Alessandro Baricco
7,5
12. El cartero de Neruda, de Antonio Skármeta
7,4
13. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
7,3
14. Como agua para chocolate, de Laura Esquivel
7,1
Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite
7,1
15. La niebla y la doncella, de Lorenzo Silva
7,0
16. Ruleta rusa, de Pere Calders
6,8
El pintor de batallas, de Arturo Pérez Reverte
6,8
17. Crónica del rey pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester
6,2

jueves, 3 de diciembre de 2009

Los santos inocentes, de Miguel Delibes: final del libro cuarto


.
y el Azarías la condujo bajo el sauce y, una vez allí, se detuvo, sonrió, levantó la cabeza y dijo firme pero dulcemente,
    ¡quiá!
y, de improviso, ante los ojos atónitos de la señorita Miriam, un pájaro negro y blando se descolgó desde las ramas más altas y se posó suavemente sobre el hombro del Azarías, quien volvió a tomarla de la mano y
    atienda,
dijo,
y la condujo junto al poyo de la ventana, tras la maceta, tomó una pella del bote de pienso y se la ofreció al pájaro y el pájaro engullía las pellas, una tras otra, y nunca parecía saciarse y, en tanto comía, el Azarías ablandaba la voz, le rascaba entre los ojos y repetía,
    milana bonita, milana bonita,
y el pájaro,
    ¡quiá, quiá, quiá!
pedía más y la señorita Miriam, recelosa,
    ¡qué hambre tiene!
y el Azarías metía una y otra vez los grumos en su garganta y empujaba luego con la yema del dedo y, cuando andaba más abstraído con el pájaro, se oyó el escalofriante berrido de la Niña Chica, dentro de la casa, y la señorita Miriam impresionada,
    y eso, ¿qué es?
preguntó,
y el Azarias, nervioso
    la Niña Chica es
y depositó el bote sobre el poyo y lo volvió a coger y lo volvió a dejar e iba de un lado a otro, desasosegado, la grajilla sobre el hombro, moviendo arriba y abajo las mandíbulas, rezongando,
    yo no puedo atender todas las cosas al mismo tiempo,
pero, al cabo de pocos segundos, volvió a sonar el berrido de la Niña Chica y la señorita Miriam, espeluznada,
    ¿es cierto que es una niña la que hace eso?
y él, Azarías, cada vez más agitado, con la grajeta mirando inquieta en derredor, se volvió hacia ella, la tomó nuevamente de la mano y
    venga,
dijo,
y entraron juntos en la casa y la señorita Miriam, avanzaba desconfiada, como sobrecogida por un negro presentimiento, y al descubrir a la niña en la penumbra, con sus piernecitas de alambre y la gran cabeza desplomada sobre el cojín, sintió que se le ablandaban los ojos y se llevó ambas manos a la boca,
    ¡Dios mío!,
exclamó,
y el Azarías la miraba, sonriéndola con sus encías sonrosadas, pero la señorita Miriam no podía apartar los ojos del cajoncito, que parecía que se hubiera convertido en una estatua de sal la señorita Miriam, tan rígida estaba, tan blanca, y espantada,
    ¡Dios mío!
repitió, moviendo rápidamente la cabeza de un lado a otro como para ahuyentar un mal pensamiento,
pero el Azarías, ya había tomado entre sus brazos a la criatura y, mascullando palabras ininteligibles, se sentó en el taburete, afianzó la cabecita de la niña en su axila y agarrando la grajilla con la mano izquierda y el dedo índice de la Niña Chica con la derecha, lo fue aproximando lentamente al entrecejo del animal, y una vez que le rozó, apartó el dedo de repente, rió, oprimió a la niña contra sí y dijo suavemente, con su voz acentuadamente nasal,
    ¿no es cierto que es bonita la milana, niña?

jueves, 12 de noviembre de 2009

Seda, de Alessandro Baricco


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Seda, de Alessandro Baricco, es una novela breve muy retórica, que es probable que guste o disguste sin mucho término medio. Narra varios viajes a Oriente de Hervé Joncour, un comprador de huevos de gusanos de seda; su enamoramiento distante de una extraña mujer (de ojos no rasgados y gran intensidad de la mirada) y la evolución de la relación de Hervé con su esposa, Helène, de preciosa voz. Bebe de la fascinación de Occidente por Oriente, aunque no es un texto del siglo XIX, que imaginamos muy recargado, sino que tiende a lo lacónico.

La novela se distribuye en capítulos muy breves, en los que destaca la repetición, a veces con ligeras variantes. Con frecuencia, los diálogos no se explican, sino que se reproducen, y corresponde al lector interpretar el sentido de las palabras; en una relectura, yo he dado distinta interpretación a algunos de ellos. Hay un erotismo latente con un capítulo de culminación que Hervé entiende de un modo y luego deberá, a su vez, interpretar de nuevo, en un momento en el que la figura de Helène parece hacerse con la novela; lo cual tampoco es muy difícil, cuando de Hervé se nos dice y cuenta que es de esas personas que asiste a la vida, la deja resbalar, en vez de vivirla.

Es un relato curioso por la cantidad de trampas, artificiosidades claras, que en él hay. Es probable que la carta de siete páginas sea poco creíble para mediados del siglo XIX; tanto como parece increíble el personaje de Hara Kei; como lo es la pasión, casi medieval, del «amor de lejos» o del amarse nada más verse (como Tirante el Blanco al ver a Carmesina). Abunda el gusto exagerado, como una Helène que muere de pronto por «unas fiebres cerebrales que ningún médico consiguió explicar ni curar». Y sin embargo, todo puede funcionar e incluso entusiasmar al lector, hecho que yo asocio con la magia de la literatura, que es —siempre y en todo caso, aunque en ocasiones quiera aparentar lo contrario— artificial.

Valoración de los libros del club

Está disponible, en formato pdf, una breve encuesta de valoración de los libros del club, que nos ayudará a seguir eligiendo. ¡Gracias!
  • Adición del 3 de diciembre: Estos han sido los resultados, para quien puedan serle de utilidad.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Eloísa está debajo de un almendro: mapa conceptual

Este mapa conceptual, tomado de la edición de la obra en Austral (en concreto, del apéndice de José Miguel Ocaña Iglesias a la ed. de 2001, p. 307), resume y sitúa bien los personajes de la obra, en dos grandes niveles que recuerdan a la comedia clásica (nobles y villanos) y en varios planos de acción.

lunes, 19 de octubre de 2009

Jardiel Poncela y lo inverosímil

Uno de los principios de la estética teatral jardielesca, meta y fundamento de su teatro, declarado repetidas veces por el autor, fue la aspiración a lo inverosímil. Desde su primera obra se nos aparece empeñado en romper con las formas tradicionales de lo cómico en el teatro, atadas a lo verosímil y a la realidad posible. Es esta aspiración, no siempre realizada, llena de claudicaciones y concesiones a un público reacio a romper con la costumbre de una risa provocada por unos mismos elementos y mecanismos de comicidad —chiste lingüístico, equívoco, deformación y exageración— fundados en lo real verosímil, la que constituye la más visible constante del teatro de Jardiel.

Autorretrato de Jardiel Poncela

Retrato al pastel (de hojaldre)

Nací armando el jaleo propio de esas escenas;
me bautizó la Iglesia con arreglo a sus ritos,
y Aragón y Castilla circulan por mis venas
convertidos en rojo caldo de eritrocitos.
¿Cuál de las dos regiones pesa en mi corazón?
Es difícil hallar la clave del misterio...
Tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio,
y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón.
A semejanza de otras diversas criaturas,
me eduqué en el temor del Dios de las Alturas;
pero perdí el temor —o la fe— que es lo mismo,
cuando, en años después, practiqué el alpinismo.
Escribo, porque nunca he encontrado un remedio
mejor que el escribir para ahuyentar el tedio,
y en las agudas crisis que jalonan mi vida
siempre empleé la pluma como un insecticida.
Fuera de las cuartillas, no sé de otro nirvana.
No me importa la gloria, esa vil cortesana
que besa igual a todos: Lindbergh, Charlot, Beethoven...
Y no he ahorrado nunca, pensando en el mañana,
porque estoy persuadido de que he de morir joven.

viernes, 16 de octubre de 2009

Nuria Azancot entrevista a Mendoza en El Cultural

Quienes dicen que Mendoza es enfermizamente tímido y parco en palabras, casi telegráfico,no han tenido la suerte de conversar con él en su salón: entonces se desborda, lenguaraz y divertido, se pierde en mil anécdotas y gesticula, sonriente.
Para empezar, descubre que los tres relatos que componen el libro (Tres vidas de santos) fueron escritos en momentos muy distintos, pero que se resistía a publicar, sobre todo el tercero, porque “tiene todo lo que he reprobado siempre en literatura, es decir, es teoría y es discursivo”. Pero no ha podido evitarlo: “verá, es que llevo mucho tiempo reflexionando sobre la ansiedad que parece dominar estos tiempos inciertos para la literatura. Porque todos los años me preguntan qué hay que leer en verano, por ejemplo, o cómo seleccionar entre 70.000 novedades... Y hay que romper ese discurso”.

-¿Así que comparte las opiniones del protagonista, que considera Rayuela, de Cortázar, una “fantasmada”?
-Bueno, si las opiniones las diera yo las matizaría, pero me gusta mucho ponerlas en boca de alguien que es contundente: lo que dice de Henry James, de Proust, de Cortázar... Soy tan estúpido que se me ocurrió decir en Buenos Aires, hace unos veinticinco años, que se estaban equivocando porque despreciaban a Borges por razones políticas, reales o atribuidas, y en cambio estaban poniendo por las nubes a Cortázar. Les dije: Cortázar pinchará, y Borges cada día escribirá mejor. Y el tiempo me ha dado la razón: Borges, que es un disparate, nos ha dado todas las metáforas que estamos utilizando en este milenio, y de Cortázar no queda nada, un París polvoriento y bohemio, su intelectualismo. Es un buen escritor, claro, pero es que yo sólo me peleo con los talentos, no pego a los niños.

Confiesa Mendoza que las vidas de los santos le fascinan desde niño, “porque son destinos insólitos pero posibles, que no requieren un talento singular”. Por eso no le sorprende que Ernesto Caballero, por ejemplo, esté preparando con García May e Ignacio del Moral una función sobre ellos. “Claro, es que no son dioses ni semidioses, sino pobres desgraciados a los que les toca dar testimonio de algo que no saben lo que es y que no siempre entienden. Me gustaría hacer un día una antología de santos curiosos”.
-¿Por qué ha reunido tres relatos escritos en momentos tan distintos de su vida?
-No sé, como le decía antes cuando acabé el tercero no quería publicarlo, pero tampoco entendía por qué lo había escrito... luego encontré el de enmedio, y pensé lo mismo, así que rehice el primero, el más antiguo, y los pasé a mis asesores de imagen, que son Pere Gimferrer, y todos los demás, Balcells, Elena Ramírez. Quise publicarlos porque hasta que no están impresos no los has terminado, y a mí me gusta hacer lo que no se espera de mí.

-¿Por eso no ha vuelto a escribir novelas como El laberinto de las aceitunas o La verdad sobre el caso Savolta?
-Desde luego. Hace poco estuve en Polonia, donde soy un best seller pero sólo por mis novelas de risa, y entonces me preguntaban sin cesar por qué decidía, de vez en cuando, escribir cosas larguísimas, pesadísimas, que no tienen ningún interés, y pensé, claro, tienen razón, que si sacase cada año una de risa me forraría, y mis editores y los lectores y mi agente estarían contentísimos. Y no lo voy a hacer porque no me da la gana, porque quiero hacer lo que no he hecho. Ahora no sé lo qué va a pasar, no sé si me van a decir muy bien o muy mal, pero hay que estar siempre apostando por algo nuevo.

jueves, 11 de junio de 2009

El barón rampante, de Italo Calvino: algunos pasajes



El barón rampante, de Italo Calvino, traducción de Esther Benítez, editorial Siruela.

1.

La niña y mi hermano quedaron solos persiguiéndose en el olivar, pero Cosimo notó con desilusión que una vez desaparecida la gentuza, la alegría de Viola con aquel juego tendía a palidecer, como si ya estuviese a punto de caer en el aburrimiento. Y le entró la sospecha de que ella hacía todo aquello sólo para enfurecer a los otros, pero al mismo tiempo también la esperanza de que ahora lo hacía aposta para enfurecerlo a él; lo cierto es que siempre tenía necesidad de enfadar a alguien para darse a valer. (Sentimientos todos apenas percibidos por Cosimo niño; en realidad trepaba por aquellas ásperas cortezas sin entender nada, como un mastuerzo, imagino.)

Al volver un collado he aquí que se alza una menuda y violenta pedrea de guijarros. La niña protege la cabeza tras el cuello del caballito y escapa; mi hermano, sobre un codo de rama bien a la vista, queda a tiro. Pero las piedras llegaban allá arriba demasiado oblicuas para hacerle daño, salvo alguna en la frente o en las orejas. Silban y ríen, aquellos endemoniados, gritan: «Sin-fo-ro-sa es una as-que-ro-sa ... » , y escapan.

Ahora los golfillos han llegado a Porta Capperi, cubierta de cascadas verdes de alcaparras por los muros. De los tugurios de alrededor sale un griterío de madres. Pero éstos son niños a los que por la noche sus madres no les gritan para hacerlos volver, sino que gritan porque han vuelto, porque vienen a cenar a casa, en vez de buscarse la vida por ahí. En torno a Porta Capperi, en casuchas y barracas de tablas, en carromatos renqueantes, en tiendas, se agolpaba la gente más pobre de Ombrosa, tan pobre que se la mantenía fuera de las puertas de la ciudad y alejada de los campos, gente emigrada de tierras y países lejanos, expulsada por la carestía y la miseria que se difundía por todos los Estados. Era la puesta del sol, y mujeres despeinadas con niños al pecho soplaban en hornillos humeantes, y los mendigos se tumbaban al fresco desvendando las llagas, otros jugando a los dados con gritos entrecortados. Los camaradas de la banda de la fruta se mezclaban ahora con aquel humo de frituras y aquellos altercados, se ganaban sopapos de sus madres, se peleaban entre sí rodando por el polvo. Y ya sus harapos habían cogido el color de todos los otros harapos, y su alegría de pájaros, enviscada en aquel coágulo humano, se deshacía en una densa insulsez. Hasta el punto de que, a la aparición de la niña rubia al galope y de Cosimo sobre los árboles de alrededor, apenas alzaron los ojos intimidados, se retiraron a otro lado, trataron de perderse entre la polvareda y el humo de los hornillos, como si entre ellos se hubiera alzado de repente un muro.

*

Todo esto fue para ellos dos un momento, un abrir y cerrar de ojos. Ahora Viola había dejado a sus espaldas el humo de las barracas que se mezclaba con las sombras de la noche y los chillidos de las mujeres y de los niños, y corría entre los pinos de la playa.

Allí estaba el mar. Se oía su rodar por las piedras. Estaba oscuro. Un rodar más desaforado: era el caballito que corría salpicando chispas contra los guijarros. Desde un pino bajo y retorcido, mi hermano miraba la sombra clara de la niña rubia atravesar la playa. Una onda casi sin cresta se levantó del mar negro, se alzó enrollándose, avanzaba toda blanca, se rompía y la sombra del caballo con la muchachita la había rozado a toda carrera y sobre el pino una salpicadura blanca de agua salada bañó el rostro de Cosimo.

(64-65)

2.

Cosimo pensó que había llegado el momento de presentarse. Llegó al plátano del señor obeso, hizo una reverencia y dijo:
-El Barón Cosimo Piovasco di Rondò, para serviros.
-¿Rondós? ¿Rondós? -dijo el obeso-. ¿Aragonés? ¿Gallego?
-No, señor.
-¿Catalán?
-No señor. Soy de estas tierras.
-¿Desterrado también?
El gentilhombre flaco se sintió en la obligación de intervenir y hacer de intérprete, muy ampulosamente:
-Dice Su Alteza Federico Alonso Sánchez de Guatamurra y Tobasco si vuestra señoría es también un exiliado, pues que lo vemos trepar por estas frondas.
-No señor. O, al menos, no exiliado por decreto de nadie.
-¿Viaja usted sobre los árboles por gusto?
Y el intérprete:
-Su Alteza Federico Alonso se complace en preguntarle si es por gusto por lo que vuestra señoría realiza este itinerario.
Cosimo se lo pensó un poco, y respondió:
-Porque pienso que me conviene, aunque nadie me lo imponga.
-¡Feliz usted! -exclamó Federico Alonso Sánchez, suspirando-. ¡Ay de mí, ay de mí!
Y el de negro, explicando, cada vez más ampuloso:
-Su Alteza quiere decir que vuestra señoría puede considerarse afortunado al gozar de esta libertad, la cual no podemos dejar de comparar con nuestro constreñimiento, que empero soportamos resignados a la voluntad de Dios -y se santiguó.
Así, entre una lacónica exclamación del Príncipe Sánchez y una circunstanciada versión del señor vestido de negro, Cosimo logró reconstruir la historia de la colonia que residía en los plátanos.

(158-159)

3.

En resumen, le había entrado esa manía de quien cuenta historias y nunca sabe si son más hermosas las que ocurrieron de verdad, y que al evocarlas traen consigo todo un mar de horas pasadas, de sentimientos menudos, tedios, felicidades, incertidumbres, vanaglorias, náuseas de uno mismo, o bien las que se inventan, en las que se corta por lo sano y todo parece fácil, pero después cuanto más se disparata más advierte uno que vuelve a hablar de las cosas que le han ocurrido y que ha comprendido en realidad viviendo.

Cosimo estaba aún en esa edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, y así se marchaba de caza, estaba fuera semanas enteras, luego regresaba a los árboles de la plaza sosteniendo por la cola garduñas, tejones y zorros, y contaba a los ombrosenses nuevas historias que, al contarlas, de verdaderas se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas.

(155)

4.

A Cosimo, el comprender el carácter de Enea Silvio Carrega le benefició en algo: entendió muchas cosas sobre la soledad, que después le sirvieron en su vida. Yo diría que siempre llevó a cuestas la imagen singular del Caballero Abogado, como advertencia de en qué puede convertirse el hombre que separa su suerte de la de los demás, y consiguió no parecérsele nunca.

(113)

5.

El trabajo humano había interesado siempre a Cosimo, pero hasta entonces su vida en los árboles, sus desplazamientos y sus cazas habían respondido siempre a inspiraciones aisladas e injustificadas, como si fuera un pajarillo. Ahora, en cambio, lo asaltó la necesidad de hacer algo útil para su prójimo. Y también esto, bien mirado, era algo que había aprendido en su trato con el bandido; el placer de hacerse útil, de desplegar un servicio indispensable para los demás.

Aprendió el arte de podar los árboles, y ofrecía su trabajo a los cultivadores de huertos, en invierno, cuando los árboles extienden irregulares laberintos de palitos y parece que no desean sino ser reducidos a formas más ordenadas para cubrirse de flores y hojas y frutos. Cosimo podaba bien y pedía poco, de modo que no había pequeño propietario o arrendatario que no le pidiese que pasara por sus tierras, y se le veía, en el aire cristalino de esas mañanas, erguido, esparrancado en los bajos árboles desnudos, el cuello envuelto en una bufanda hasta las orejas, levantar unas grandes tijeras y, ¡chac!, ¡chac!, hacer volar con tijeretazos seguros ramitas secundarias y puntas. El mismo arte desplegaba en los jardines, con los árboles de sombra y de adorno, armado con una corta sierra, y en los bosques, donde intentó sustituir el hacha del leñador, sólo adecuada para asestar golpes al pie de un tronco secular para derribarlo entero, por su ligera hacheta, que trabajaba sólo en horcaduras y copas.

En suma, supo convertir su amor por este elemento arbóreo, como ocurre con todos los amores verdaderos, en algo despiadado y doloroso, que hiere y saja para hacer crecer y dar forma. Es cierto que procuraba siempre, al podar y talar, servir no sólo al interés del propietario del árbol, sino también al suyo, de viandante que necesita hacer más practicables sus caminos; por eso se las arreglaba para que las ramas que le servían de puente entre un árbol y otro se salvaran siempre, y recibieran fuerza de la supresión de las demás. Así, esta naturaleza de Ombrosa que había encontrado ya muy benigna, contribuía con su arte a hacerla mucho más favorable para él, amigo al mismo tiempo del prójimo, de la naturaleza y de sí mismo. Y de las ventajas de este prudente obrar se benefició sobre todo en edad más tardía, cuando la forma de los árboles suplía cada vez más su pérdida de fuerzas. Después, bastó con la llegada de generaciones con menor criterio, de imprevisora avidez, gente no amiga de nada, ni siquiera de sí misma, y ya todo ha cambiado, ningún Cosimo podrá ya avanzar por los árboles.

(133-134)

6.

Y he aquí que el mongolfier fue cogido por una racha de lebeche; empezó a correr con el viento girando como una peonza, e iba hacia el mar. Los aeronautas, sin perder la cabeza, se dedicaban a reducir -creo- la presión del globo, y al mismo tiempo arrojaron el ancla para tratar de sujetarse en algún punto. El ancla volaba plateada en el cielo, colgada de una larga soga, y al seguir oblicuamente la carrera del globo pasaba ahora sobre la plaza, y estaba casi a la altura de la cima del nogal, hasta el punto de que temimos que golpeara a Cosimo. Pero no podíamos suponer lo que un instante después verían nuestros ojos.

El agonizante Cosimo, en el momento en que la soga del ancla pasó a su lado, dio un salto de los que le eran habituales en su juventud, se agarró a la cuerda, con los pies en el ancla y el cuerpo hecho un ovillo, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por el viento, frenando apenas la carrera del globo, y desaparecer hacia el mar...

El mongolfier, tras atravesar el golfo, consiguió aterrizar luego en la otra orilla. Colgada de la cuerda sólo estaba el ancla. Los aeronautas, demasiado ansiosos por mantener una ruta, no se habían dado cuenta de nada. Se supuso que el viejo moribundo había desaparecido mientras volaba en medio del golfo.

Así desapareció Cosimo, y ni siquiera nos dio la satisfacción de verlo volver a la tierra de muerto. En la tumba familiar hay una estela que lo recuerda con la Inscripción: «Cosimo Piovasco di Rondò - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo».

*

De vez en cuando interrumpo la escritura y voy a la ventana. El cielo está vacío, y a nosotros, los viejos de Ombrosa, habituados a vivir bajo aquellas verdes cúpulas, nos daña los ojos mirarlo. Se diría que los árboles no han aguantado, después de que mi hermano se fue, o que a los hombres les ha entrado la furia de la segur. Además, la vegetación ha cambiado; ya no hay acebos, olmos, robles; ahora África, Australia, las Américas, las Indias alargan hasta aquí ramas y raíces. Las plantas antiguas han retrocedido hacia lo alto: en las colinas los olivos, y
en los bosques de los montes, pinos y castaños; más abajo la costa es una Australia roja de eucaliptos, elefantesca de ficus, plantas de jardín enormes y solitarias, y todo lo demás son palmeras, con sus mechones despeinados, árboles inhóspitos del desierto.

Ombrosa ya no existe. Al mirar el cielo despejado, me pregunto si ha existido alguna vez. Aquella abundancia de ramas y hojas, bifurcaciones, lóbulos, penachos, diminuta y sin fin, y el cielo sólo en retazos irregulares y diseminados, quizá sólo existieron para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada que se asemeja a este hilo de tinta que he dejado correr por páginas y páginas, atiborrado de tachaduras, de remisiones, de chafarrinones nerviosos, de manchas, de lagunas, que a veces se desgrana en gruesos granos claros, a veces se espesa en signos minúsculos como semillas puntiformes, ora se retuerce sobre sí mismo, ora se bifurca, ora enlaza grumos de frases con contornos de hojas o de nubes, y luego se atasca, y luego vuelve a enroscarse, y corre y corre y se devana y envuelve un último racimo insensato de palabras, ideas, sueños, y se acabó.

(262-263)

domingo, 17 de mayo de 2009

Sobre El barón rampante, de Italo Calvino

El barón rampante es una obra lúdica y burlona, pero con matices en ocasiones serios o incluso trágicos, que da mucho que pensar. Es de aquellas obras cuidadas para no transmitir una interpretación única y la lectura final, por lo tanto, depende más que en otras de quién sea el lector que la lea y cuál sea el color del cristal con el que cada uno mire la literatura y la vida.

Eso mismo puede comprobarse en la red, donde casi cada comentarista tira por un lugar propio. Copiaré aquí algunos pasajes de varios comentarios.

1.

Con una narración muy cercana al realismo mágico, bordeándolo pero sin introducirse de pleno en él, pero siempre brillante, precisa y divertida, Italo Calvino se despacha a gusto con todos sus personajes y grupos sociales, desgajando una a una sus virtudes y defectos, poniendo la lupa sobre el mundo bajo los árboles, utilizando la altura desde la que observa Cosimo ese mundo de imposturas e injusticias propio de una sociedad jerarquizada y llena de complejos. Todo pasa por la mirada crítica de Calvino: la nobleza, los villanos, el clero, los militares, los criminales... incluso hasta Napoleón y otras personalidades de la época. Pero la crítica se viste siempre de diversión y un tono intranscendente de aventura y fantasía que oculta intenciones más profundas y precisas. La óptica de Calvino es afilada y no admite concesiones; se comporta con sus personajes sin dobleces y de forma lógica. Una vez Cosimo decide vivir en los árboles, todos los acontecimientos de su vida que se suceden parecen perfectamente legitimados por el carácter de éste, aunque para el resto de habitantes de Ombrosa provengan de la locura.

El futuro Barón de Rondò es un revolucionario, hombre de visión extraordinaria, entiéndase por esto sorprendente y nueva. Vivir en los árboles supone una ventaja de perspectiva. Se ven antes los males y las bondades del statu quo, y se intuyen con más facilidad las soluciones. Calvino nos invita, pues, a abandonar la óptica tradicional y los complejos y adentrarnos sin manías en las soluciones, en nuevos caminos que desemboquen en una vida mejor. Muchos opinan, y yo me incluyo por esta vía de interpretación, que Cosimo representa para Calvino su propia evolución como persona. Italo, profundamente turbado por la invasión de Hungría por la U.R.S.S., abandona la militancia activa en el Partido Comunista y se aleja de sus postulados, algo parecido a lo que realiza Cosimo a lo largo de la novela, sólo que las creencias de su personaje no son tan claras en un inicio y varían con la edad. El formato elegido, un disfraz de comedia ligera, refuerza aún más su mensaje, alejándolo de fórmulas más pesadas y menos eficaces.
2.

Calvino fue el miembro de su familia que se diferenció del resto. Mientras todos en su familia se dedicaron a las ciencias, él se dedicó al arte y a las letras. Quizás el autor se sentía en cierta forma un “barón rampante” y por ello escribió el libro. Para calmar sus demonios personales. Aquellos que tiene todo buen escritor.

No deja de ser interesante también ver en la figura del barón rampante al intelectual que se aparta del mundo y ejerce su crítica del mismo desde lo alto de su posición social. No son pocos los intelectuales de cafetín como suelen ser llamados en mi país que se apartan y se rebelan contra el mundo desde la comodidad de su posición económica. En esos casos la encina en la que está encaramado Cosimo representa el mundo de comodidades de los intelectuales rebeldes de cafetín. Todos ellos vienen de una posición económica holgada y por ello pueden permitirse ciertas rebeldías imposibles para la clase trabajadora. La novela El barón rampante se enriquece un poco más si se le interpreta de esa manera.
Puede verse también:

jueves, 14 de mayo de 2009

La perla, de John Steinbeck

Hemos celebrado la vigésima reunión del club y hemos quedado que, para este tercer año, probaremos algún otro género, además de la novela y la crónica. Poesía, teatro, teatro clásico (por ejemplo, Shakespeare), ciencia (Hawking, Punset), filosofía (Russell), humor (Fernández Flórez)... ¡Ideas no faltan!

El libro de hoy era La perla, de John Steinbeck, un relato cinematográfico, breve, expresivo y emotivo hasta la angustia. Es una novela-perla, un texto perfecto, que se cierra sobre los personajes como una garra implacable para transmitir la idea de que vivimos en un mundo desolador. La gran oportunidad de salir de la miseria se convierte en realidad en una maldición letal para quienes deberían haber sido afortunados; pero el mundo no los perdona, ni sus propios vecinos ni, sobre todo, las diversas formas de un mal anónimo y omnipresente. Solo el hecho de que Steinbeck se pusiera a escribir aun después de pensar eso, y de haber escrito una novela por demás tan cuidada y hermosa como objeto literario, brillan como luces de esperanza en medio de la desolación.

Volveremos el 11 de junio con Italo Calvino y El barón rampante.

miércoles, 6 de mayo de 2009

2 años, 20 libros

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El club está de enhorabuena: el 17 de mayo cumple dos años de su primera reunión. ¿Qué resumen podemos hacer? Hemos leído ya veinte libros en grupo, que probablemente son bastante variados: de literaturas diversas y de extensión y grado de dificultad diversos. Quizá no somos muchos -¿o será que, como nos gustaría ser más, siempre estaremos insatisfechos con eso?-, pero sí somos lectores fieles, y cuando a alguien un cambio de horario lo ha obligado a prescindir de nuestros jueves de libros, lo lleva como una espina. También recordamos que fue difícil comenzar, incluso muy difícil -hubo años malos para la cultura local, sin entrar en detalles que no vienen al caso-, pero ahora que somos un tren en marcha, nada nos va a parar, porque... ¡Nos gusta leer!

sábado, 2 de mayo de 2009

Encuentro regional de clubes de lectura

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Este año, el encuentro de los clubes de lectura no será provincial, sino regional. Se celebra el próximo 13 de junio y, si todo va bien, habrá un grupo de lectores de Socovos.

Podéis obtener más información en el blog de la biblioteca de Pozo Cañada o en el sitio web del encuentro.

miércoles, 29 de abril de 2009

Donna Leon

Donna Leon (Wikipedia), escritora estadounidense que reside en Venecia, se ha convertido en una de las más populares autoras de novela negra, gracias al personaje del comisario Brunetti. Una de las características de sus novelas es que los protagonistas se esfuerzan por disfrutar en lo posible de la vida, como hacía también Carvalho, pero a diferencia de otros policías de vida más negra, como la Salander de Larsson o la Millhone de Sue Grafton.

La página web de la autora en español me parece un buen ejemplo de página editorial correcta: incluye mucha información sobre sus obras y un útil mapa de Venecia en el que se sitúan con claridad los diversos acontecimientos principales de las novelas.

domingo, 19 de abril de 2009

El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon

Mark Haddon logró con este libro un éxito internacional sobre el que vale la pena pararse a pensar. No es un libro de héroe clásico, ni de aventuras o conspiraciones, ni de intriga cinematográfica; tampoco es poético en el sentido tradicional de la palabra. En realidad, es un texto lento, como corresponde a su protagonista, que razona con lentitud. Pero es un libro que, guste o no, vale la pena leer. ¿Por qué?

El mérito, a mi modo de ver, radica en dos virtudes propiamente literarias: la elección del personaje y la del punto de vista (o foco). Primero, se crea un personaje especial, con cierto grado de «deficiencia», atípico en cuanto protagonista de una novela. Pero es singular, tiene ideas que nos sorprenden, algunas que nos iluminan; y sus capacidades no son las mayoritarias, pero en ningún caso (según vamos descubriendo) es incapaz.

El segundo aspecto, una vez tenemos al personaje, es el que corresponde a preguntas como: ¿Quién cuenta la historia? y ¿Quién la ve? (¿A través de qué ojos y qué cabeza vemos lo que ocurre?). Al ceder la palabra a un protagonista atípico, la historia se convierte en atípica y nos sorprende: no sabíamos que el mundo se podía ver así.

Por último, centrar el foco (este concepto viene de la fotografía, y hay que entenderlo como un foco que a la vez que emite luz, deja otras zonas en sombra) en una sola persona es un recurso clásico de la novela de detectives. Así, el narrador no lo sabe todo y lo podemos ir descubriendo de su mano, a medida que avanza la novela; lo acompañamos, muy literalmente.

Al terminar el libro, nos encontramos con que hemos hecho compañía a un ser de mucha humanidad al que llegamos a querer. Y como es una historia de esfuerzo y superación, probablemente, lo acabemos con una sonrisa y con la posibilidad de ser más pacientes ante los que no son como la mayoría.

martes, 10 de febrero de 2009

La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza

Nuestro primer "mamotreto" será La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza; no hemos leído hasta ahora ningún libro tan extenso. Pero con cerca de veinte libros leídos y una asistencia consolidada, nos vemos con ánimo de más. No haremos sesión intermedia; tenemos cerca de un mes para sus cerca de 500 páginas de letra muy condensada.

Es uno de los libros principales de Mendoza, y ha dejado huella clara, por ejemplo, en el superventas La sombra del viento. Esta es la sinopsis de la página del autor:

En 1887, Onofre Bouvila, un joven campesino arruinado, llega a la gran ciudad que todavía no lo es, Barcelona, y encuentra su primer trabajo como repartidor de panfletos anarquistas entre los obreros que trabajan en la Exposición Universal del año siguiente. El lector deberá seguir la espectacular historia del ascenso de Bouvila, que lo llevará a convertirse en uno de los hombres más ricos e influyentes del país con métodos no del todo ortodoxos.

Pero es de esos libros donde el resumen importa poco, pues la gracia está mucho más en el cómo se cuenta que en el qué se nos cuenta. Margarita Garbisu ha estudiado uno de los aspectos de su construcción: el juego de realidad y ficción. Por su parte, Eduardo Ruiz Tosaus ha estudiado la manipulación histórica en esta novela que cubre de ironía muchos pasajes y juega a no dejar claros los límites de su veracidad.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sue Grafton

Sue Grafton tiene toda una serie de novelas negras que protagoniza la detective Kinsey Millhone y se caracterizan por llevar títulos con letras: A is for Alibi, B is for Burglar, C is for Corpse, en la edición original; A de adulterio, B de bestias, C de cadáver, en la edición española de Tusquets, que se ve obligada a adaptar en más de un caso. Grafton va actualmente por la letra T (T is for Trespass, T de trampa).

En este enlace puede leerse una entrevista con la autora, celebrada en el marco de la Semana Negra de Barcelona.

Sobre Réquiem por un campesino español

A mi parecer, la obra más cerrada y acabada de Sender es una novelita corta, Réquiem por un campesino español (Mosén Millán, 1953, en su primera edición). Libro sencillo, expresivo y conmovedor, relata, más allá de panfletarismos o partidismos, la historia de un sacerdote, el cual, queriendo salvar a un joven del pueblo en los comienzos de la guerra, no consigue evitar la ejecución. Llena de verdad humana, la narración del drama sobrecoge por su ajustado realismo, por la eficacia de sus símbolos y por el profundo conocimiento de los mecanismos de conciencia, puesto de manifiesto a través de la evocación del sacerdote.


Santos Sanz Villanueva, en Historia de la literatura española 6/2, ed. Ariel.

sábado, 31 de enero de 2009

Réquiem por un campesino español

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El cura esperaba sentado en un sillón con la cabeza inclinada sobre la casulla de los oficios de réquiem. La sacristía olía a incienso. En un rincón había un fajo de ramitas de olivo de las que habían sobrado el Domingo de Ramos. Las hojas estaban muy secas, y parecían de metal. Al pasar cerca, Mosén Millán evitaba rozarlas porque se desprendían y caían al suelo.
Iba y venía el monaguillo con su roquete blanco. La sacristía tenía dos ventanas que daban al pequeño huerto de la abadía. Llegaban del otro lado de los cristales rumores humildes.
Alguien barría furiosamente, y se oía la escoba seca contra las piedras, y una voz que llamaba
-María... Marieta...
Cerca de la ventana entreabierta un saltamontes atrapado entre las ramitas de un arbusto trataba de escapar, y se agitaba desesperadamente. Más lejos, hacia la plaza, relinchaba un potro. «Ese debe ser -pensó Mosén Millán- el potro de Paco el del Molino, que anda, como siempre, suelto por el pueblo.» El cura seguía pensando que aquel potro, por las calles, era una alusión constante a Paco y al recuerdo de su desdicha.
Con los codos en los brazos del sillón y las manos cruzadas sobre la casulla negra bordada de oro, seguía rezando. Cincuenta y un años repitiendo aquellas oraciones habían creado un automatismo que le permitía poner el pensamiento en otra parte sin dejar de rezar. Y su imaginación vagaba por el pueblo. Esperaba que los parientes del difunto acudirían. Estaba seguro de que irían -no podían menos- tratándose de una misa de réquiem, aunque la decía sin que nadie se la hubiera encargado. También esperaba Mosén Millán que fueran los amigos del difunto. Pero esto hacía dudar al cura. Casi toda la aldea había sido amiga de Paco, menos las dos familias más pudientes: don Valeriano y don Gumersindo. La tercera familia rica, la del señor Cástulo Pérez, no era ni amiga ni enemiga.
El monaguillo entraba, tomaba una campana que había en un rincón, y sujetando el badajo para que no sonara, iba a salir cuando Mosén Millán le preguntó:
-¿Han venido los parientes?
-¿Qué parientes? -preguntó a su vez el monaguillo.
-No seas bobo. ¿No te acuerdas de Paco el del Molino?
-Ah, sí, señor. Pero no se ve a nadie en la iglesia, todavía.
El chico salió otra vez al presbiterio pensando en Paco el del Molino. ¿No había de recordarlo? Lo vio morir, y después de su muerte la gente sacó un romance. El monaguillo sabía algunos trozos:
Ahí va Paco el del Molino,
que ya ha sido sentenciado,
y que llora por su vida
camino del camposanto.

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