sábado, 26 de abril de 2008

Más notas sobre Ruiz Zafón

Como éxito extraordinario de ventas, Ruiz Zafón da mucho que hablar. Y de todos los colores, incluidas las paradojas del mundo editorial (como superventas caros en época de, por lo menos, percepción de crisis grave). Iré recogiendo aquí las reseñas que vaya encontrando.

domingo, 20 de abril de 2008

La explosión de los clubes de lectura (breve)

Xavi Ayén habla sobre "la explosión de los clubes de lectura" en este artículo.

sábado, 19 de abril de 2008

Éxito y calidad: una lectura maliciosa de Arcadi Espada

El periodista Arcadi Espada se ha ensañado a gusto con la segunda parte de La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. Más allá de la típica pose del intelectual sobrado que desprecia la cultura de masas, interesa leer su nota porque cita ejemplos concretos y los comenta (algo que es menos frecuente: por lo general, el desprecio no se razona ni ejemplifica con detalle). Eso nos lleva a preguntas curiosas: ¿Puede ser bueno un libro mal escrito, como mínimo, en determinados pasajes? Porque La sombra del viento ha funcionado muy bien con muchos lectores. ¿Un libro que gusta tanto, puede de verdad ser malo? Dejo las preguntas abiertas, ya hablaremos de ellas.

Solo añado mi recomendación personal: muchos de los elementos de La sombra... vienen de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, libro que, a poder ser, leeremos más adelante.

La nota de Espada:

El Magazine del periódico publica un adelanto de la nueva novela de Ruiz Zafón. Este escritor es un caso serio: al parecer vendió diez millones de ejemplares de su anterior obra, La sombra del viento. Diez millones por 14,5 euros son 145 millones de euros. Es mucho movimiento.
Desconozco las razones del éxito de Ruiz Zafón. Supongo que tendrán que ver con la escritura, aunque no sé bien en qué sentido. He leído la presentación que hace en el periódico de su próxima novela y su prosa es muy escolar, aunque vete a saber tú cómo está ahora la escuela. Respecto a la escritura, sin embargo, mucho más interesante y significativo es el fragmento de la nueva novela que publica el Magazine:

"Una madrugada desperté de golpe sacudido por mi padre, que volvía de trabajar antes de tiempo. Tenía los ojos inyectados en sangre y el aliento le olía a aguardiente. Le miré aterrorizado y el palpó con los dedos la bombilla desnuda que colgaba de un cable.
--Está caliente.
Me clavó los ojos y lanzó la bombilla con rabia contra la pared. Estalló en mil pedazos de cristal que me cayeron en la cara pero no me atreví a apartarlos."
Etcétera. Es realmente malo. Pésimo. Siete líneas. Palpó con los dedos, declara. Las bombillas son de cristal, descubre. "Mil pedazos". "Clavó los ojos". "Inyectados en sangre". Y estos poderes del muchacho que en una habitación a oscuras ve en los ojos de su padre hasta las venillas. La cuestión principal no es que Ruiz Zafón sea un hórrido escritor. En los negocios esto no es importante. La cuestión principal atañe a sus editores: que después de haberse embolsado alrededor de 70 millones de euros con su primer libro no le hayan comprado al pobre Ruiz Zafón un equipo de correctores o al menos un programa informático de nivel medio. La dejadez editorial (que lo hayan abandonado con sus innumerables anacolutos y sus gozosos problemas de raccord) es lo realmente sorprendente. A menos que la dejadez no sea causa, precisamente, del éxito.
Buenos días.


Nota: El anacoluto es un defecto de estilo, por el que una frase queda mal construida. Por ejemplo, como decimos a veces, al hablar: "Yo me gusta el chocolate".

miércoles, 16 de abril de 2008

Buenos escritores, malas personas

Leemos porque nos atraen los libros: lo que nos cuentan, cómo nos lo cuentan. Pero a veces, detrás de libros imprescindibles en la historia literaria de nuestro siglo, hay personas cuya catadura moral deja mucho que desear. El tema es viejo: Céline, un escritor francés muy apreciado en su tiempo, era pronazi. Ahora ha vuelto a salir a la actualidad a propósito de una biografía de V. S. Naipaul: ¿El genio literario es un monstruo moral?

jueves, 10 de abril de 2008

Reunión a propósito de 1984, de George Orwell



Hemos celebrado la reunión sobre 1984. Pese a que en general hemos coincidido en que es un libro complejo, denso y poco agradable por su temática, su final e incluso la machacona concepción literaria de esta antiutopía, no éramos menos que de costumbre. Ha dado mucho que hablar, sobre todo de las opresiones totalitarias, tanto de las más crudas (nazismo, stalinismo) como de las más disfrazadas (caza de brujas, delaciones, política del miedo). Algunos lectores se han sorprendido de que, a pesar de toda la lucha, el libro terminara mal, dado que en general los libros suelen recompensar de un modo u otro el esfuerzo de los personajes; pero es justo uno de los rasgos propios de una antiutopía escrita en un momento muy difícil de la civilización occidental, al poco de concluir la segunda guerra mundial, con la división del mundo en dos bloques y la amenaza de una tercera, y un cúmulo de desilusiones por la triste realidad de muchos movimientos sociales que habían parecido idealistas y eran en el fondo otra lucha más por el poder. Un libro que sin duda no alegra el día, pero que importa leer para comprender mejor el mundo en el que vivimos.

Con el próximo libro lloraremos de un modo muy distinto: leemos Como agua para chocolate, de Laura Esquivel.

miércoles, 9 de abril de 2008

El último cuentacuentos de Damasco, por Tomás Alcoverro

El periodista Tomás Alcoverro, desde Damasco, escribe una nota que habla de lo mismo que el libro de Rafik Schami que tan buen sabor de boca nos dejó: Narradores de la noche. Copio de La Vanguardia:

"Venga después de la oración del magrib si quiere escuchar al hakauati", me dicen. El café junto a las escaleras de la callecita Al Nafura, bajo el alminar de Yahia de la gran mezquita de los Omeyas, y cerca de la puerta del zoco Al Arqadiya, está lleno de parroquianos, sentados en las sillas de enea de su pequeña y animada terraza. Saboreando las tazas de té, fumando con indolencia el narguile o pipa de agua, se distraen con el ir y venir de transeúntes árabes, de turistas extranjeros, que suben y bajan las escaleras de esta calle de vetustas casas damascenas y alegres emparrados.

Poco después que los almuédanos de las mezquitas, al unísono, entonen la llamada a la plegaria del magrib, a la hora del crepúsculo, llega el hakauati o narrador de cuentos tradicional. Se llama Rashid el Qalaq, Abu Shadi, tiene 60 años y se presenta como el último hakauati de Damasco.

En el interior del café, hay un pequeño estrado con una silla con incrustaciones de nácar y un trípode de latón. El narrador, vestido con unos anchos pantalones negros, o zaragüelles, ceñidos con una faja gris, y tocado con el fez rojo o tarbusch del tiempo de los otomanos. Al subir al estrado abre un libro de sobadas tapas y empieza a leer. Entre los parroquianos hay funcionarios, estudiantes, un público aficionado y curiosos turistas. En el abovedado café, con relamidos cuadros de paisajes y una fotografía de la gran cantante egipcia Um Kalsum, se ve un aparato de televisión apagado. En Beirut no quedan narradores de cuentos como los que durante décadas habían hecho las delicias de públicos populares. En el barrio musulmán de Basta de Beirut aún había asistido al final de los años setenta a alguna de sus actuaciones.

Abu Shadi va leyendo lentamente ya sea una historia de la época de los mamelucos ya sea actual; casi siempre relatos de intrigas y penas amorosas, o de apasionadas aventuras. A veces con una vieja espada golpea la mesita de latón para provocar un efecto teatral o llamar la atención de los parroquianos. De vez en cuando dramatiza modulando las voces distintas de los personajes, profiriendo exclamaciones, elevando sus manos hacia el techo del café, lleno de humo. En ocasiones interrumpe la lectura si los parroquianos hablan en voz alta o se enzarzan en interminables diálogos a través de los móviles, tan populares en Siria. Los camareros van y tienen sirviendo las tacitas de té o los refrescos y un muchacho limpiabotas descalza a los clientes para dar brillo a sus zapatos en la calle.

La parroquia escucha, ríe a veces, aplaude un pasaje al identificarse con algún personaje de la narración, permanece silenciosa amedida que se acerca el desenlace. El hakauati maneja con destreza el relato y, a menudo, deja en suspenso el final del cuento hasta el siguiente capítulo.

Los hakauatis se esforzaban por contar historias cada vez más apasionantes y, si con frecuencia eran superficiales o teatrales, sabían cómo empezarlas, interrumpirlas o concluirlas. La televisión no ha podido acabar completamente con esta tradición.

Pero ¿cuánto tiempo seguirá habiendo hakauatis? Al terminar la lectura Abu Shadi desciende del estrado y, dejando los viejos libros y la espada sobre la silla, se quita el fez. Un camarero ha pasado una bandeja en la que los parroquianos han dejado sus propinas. "Los hakauatis se extinguen –me dice– porque ganan muy poco. No crea usted que este dinero recaudado es todo para mí".


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