Quienes dicen que Mendoza es enfermizamente tímido y parco en palabras, casi telegráfico,no han tenido la suerte de conversar con él en su salón: entonces se desborda, lenguaraz y divertido, se pierde en mil anécdotas y gesticula, sonriente.
Para empezar, descubre que los tres relatos que componen el libro (Tres vidas de santos) fueron escritos en momentos muy distintos, pero que se resistía a publicar, sobre todo el tercero, porque “tiene todo lo que he reprobado siempre en literatura, es decir, es teoría y es discursivo”. Pero no ha podido evitarlo: “verá, es que llevo mucho tiempo reflexionando sobre la ansiedad que parece dominar estos tiempos inciertos para la literatura. Porque todos los años me preguntan qué hay que leer en verano, por ejemplo, o cómo seleccionar entre 70.000 novedades... Y hay que romper ese discurso”.
-¿Así que comparte las opiniones del protagonista, que considera Rayuela, de Cortázar, una “fantasmada”?
-Bueno, si las opiniones las diera yo las matizaría, pero me gusta mucho ponerlas en boca de alguien que es contundente: lo que dice de Henry James, de Proust, de Cortázar... Soy tan estúpido que se me ocurrió decir en Buenos Aires, hace unos veinticinco años, que se estaban equivocando porque despreciaban a Borges por razones políticas, reales o atribuidas, y en cambio estaban poniendo por las nubes a Cortázar. Les dije: Cortázar pinchará, y Borges cada día escribirá mejor. Y el tiempo me ha dado la razón: Borges, que es un disparate, nos ha dado todas las metáforas que estamos utilizando en este milenio, y de Cortázar no queda nada, un París polvoriento y bohemio, su intelectualismo. Es un buen escritor, claro, pero es que yo sólo me peleo con los talentos, no pego a los niños.
Confiesa Mendoza que las vidas de los santos le fascinan desde niño, “porque son destinos insólitos pero posibles, que no requieren un talento singular”. Por eso no le sorprende que Ernesto Caballero, por ejemplo, esté preparando con García May e Ignacio del Moral una función sobre ellos. “Claro, es que no son dioses ni semidioses, sino pobres desgraciados a los que les toca dar testimonio de algo que no saben lo que es y que no siempre entienden. Me gustaría hacer un día una antología de santos curiosos”.
-¿Por qué ha reunido tres relatos escritos en momentos tan distintos de su vida?
-No sé, como le decía antes cuando acabé el tercero no quería publicarlo, pero tampoco entendía por qué lo había escrito... luego encontré el de enmedio, y pensé lo mismo, así que rehice el primero, el más antiguo, y los pasé a mis asesores de imagen, que son Pere Gimferrer, y todos los demás, Balcells, Elena Ramírez. Quise publicarlos porque hasta que no están impresos no los has terminado, y a mí me gusta hacer lo que no se espera de mí.
-¿Por eso no ha vuelto a escribir novelas como El laberinto de las aceitunas o La verdad sobre el caso Savolta?
-Desde luego. Hace poco estuve en Polonia, donde soy un best seller pero sólo por mis novelas de risa, y entonces me preguntaban sin cesar por qué decidía, de vez en cuando, escribir cosas larguísimas, pesadísimas, que no tienen ningún interés, y pensé, claro, tienen razón, que si sacase cada año una de risa me forraría, y mis editores y los lectores y mi agente estarían contentísimos. Y no lo voy a hacer porque no me da la gana, porque quiero hacer lo que no he hecho. Ahora no sé lo qué va a pasar, no sé si me van a decir muy bien o muy mal, pero hay que estar siempre apostando por algo nuevo.
1 comentario:
He leído con gusto estas tres Vidas de santos, distintas entre sí y algo más melancólicas de lo que esperaba, salvo quizá la primera de ellas.
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