lunes, 22 de septiembre de 2008

Jane Austen, Orgullo y prejuicio



En nuestro club también iremos dando cabida a algunos libros del siglo XIX, porque forman parte de la historia de la literatura que hallamos en las mesas de novedades más recientes. Si no leemos el pasado, podría ocurrir que valorásemos el acierto de meras copias como si se tratara de grandes obras originales. Aunque esto suena algo más grandilocuente de lo que es en realidad: nos interesa disfrutar de la lectura, no ser espadachines que hagan justicia.

Esta curiosidad nos llevó a cerrar el curso anterior con Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Aquí se produjo una división algo anticipada por Como agua para chocolate, pero más marcada aún: a casi todos los lectores varones que asistieron (el que esto escribe es la única excepción), les pareció un libro esencialmente aburrido y una traducción pesada. Por el contrario, a las lectoras del club, que por otro lado son mayoría, les dio para comentar y reír sin parar.

A mi juicio, Austen es sobre todo una maestra del retrato psicológico y la ironía, que selecciona muy bien su vocabulario para transmitir matices sobre la personalidad (algo que sin duda, no siempre se refleja bien en las traducciones). Junto con otras autoras, abrió una nueva esfera de atención para la novela, sin la cual probablemente no tendríamos la novela contemporánea tal como la conocemos. Existen varias adaptaciones cinematográficas de sus novelas, entre las que sobresale, quizá, Sentido y sensibilidad.
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3 comentarios:

Biblioteca Pública Municipal dijo...

Para mí, para otros y otras quizás no, la historia de orgullo y prejuicio es una historia de cursilería aristrocrática de la época poco divertida, es más yo diría que incluso pesada. No pongo en duda, porque no soy experto en literatura, que la escritora aportara mucho al mundo literario y que su capacidad para escribir esté justamente reconocida.

En el club de lectura podemos entrar a valorar varias cuestiones, pero principalmente yo creo que dos: si la historia como tal ha gustado y el valor literario de la obra. Por otro lado el hecho de ser hombre o mujer no es determinante, aunque en algún caso pueda serlo, a la hora de hacer una valoración sobre las obras que hemos leído.

Darabuc dijo...

Hola, Antonio.

No creo que sea determinante, desde luego. La división se produce solo en libros concretos. Y no veo que sea ni buena ni mala, solo un hecho que obedece sobre todo a razones culturales, dado que la educación (familiar y social) que reciben niños y niñas no es idéntica. Aunque la cuestión no se termina aquí: en contra de lo que ha sostenido cierto feminismo, hombres y mujeres no somos iguales no ya en el cuerpo (que es obvio), sino tampoco en la conformación del cerebro y, por lo tanto, en ciertas capacidades e intereses.

Para mí, personalmente, la clave está en no dar a las posibles diferencias ninguna valoración previa positiva o negativa; en valorar la diversidad como tal, como instrumento para conocernos mejor.

Me pregunto si quizá el tono un poco socarrón pueda molestar a algunos lectores (varones). No es la intención, claro.

Darabuc dijo...

Lo que dices, Antonio, me da que pensar otra cosa. La estructura social ha variado mucho desde el siglo XIX y anteriores: hoy no hay clase alta minoritaria y clase baja mayoritaria, sino clase media mayoritaria y los dos estratos inferior y superior. (En las sociedades occidentales prósperas, quiero decir. El mundo es muchísimo más amplio y por desgracia la pobreza está muchísimo más extendida.) Pero eso ha cambiado la novela. Lo explica el poeta Auden en alguna de sus conferencias: antaño, era muy poco interesante hacer novelas sobre un campesino o un pastor, por ejemplo, cuando era gente que quizá no había salido de su pueblo en su vida y no tenía acceso a la más mínima educación formal (a un mínimo de alfabetización). Por eso pastores y campesinos son casi sin excepción figuras cómicas en los textos anteriores a las grandes Revoluciones del XVIII-XIX.

Hoy es muy distinto. La mayoría de las novelas se ocupan de gente más o menos corriente, no de los nobles, y la gente sencilla aparece retratada de varias formas (idílica, realista, cruel, esperpéntica) pero ya no es el personaje tópico usado para hacer reír.

Es otro aspecto positivo de leer novelas antiguas, aunque nos puedan gustar menos: que nos permiten poner nuestro mundo actual en perspectiva, en la perspectiva histórica.

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