miércoles, 20 de enero de 2010

Firmin, de Sam Savage


Firmin. Aventuras de una alimaña urbana, de Sam Savage, es de esas novelas que nos propone contemplar lo que describe —aquí, el mundo de los libros y la ciudad (y las miserias) de los hombres— desde una perspectiva distinta. Como aquel viajero persa que viajaba por nuestra cultura, la observaba desde su punto de vista y se sorprendía e iba escribiendo las Lettres persanes que nos transmitieron el pensamiento ilustrado de Montesquieu (o igualmente, nuestras Cartas marruecas), en esta ocasión hallamos un punto de vista animal —una rata que bien podríamos denominar «devoralibros» y a la vez «libresca»— y, metafórica y literariamente, extraterrestre —de acuerdo con la novela escrita por un personaje, protagonizada por las inteligentes babosas del planeta Axi 12, metamorfoseadas por error en ratas—.

«No tienes que creerte los relatos para que te gusten. Me gustan todos. Me encanta la progresión del planteamiento, del desarrollo y del desenlace. Me encanta la lenta acumulación de significados, los brumosos paisajes de la imaginación, los recorridos laberínticos, las laderas boscosas, los reflejos en los estanques, los giros trágicos y los deslices cómicos. La única literatura que no soporto es la de ratas, incluidos los ratones. Me carga el Rata de El viento en los sauces, tan bondadoso y bueno. A Mickey Mouse y Stuart Little me dan ganas de mearles en la boca. Van por ahí arrastrando los pies, afables, primorosos, se me hincan en el gaznate como espinas de pescado.» (63)

«Los demás miembros de mi familia fueron afortunados, en cierto modo. Gracias a la enanez de su imaginación y el corto alcance de su memoria, no era gran cosa lo que pedían: más que nada, comida y fornicación, y de ambas dispusieron en cantidad suficiente como para ir tirando mientras les duró la vida. Pero eso no era vida para mí.» (80)

«Echar abajo una parte tan grande de la ciudad iba a ser muchísima tarea. Los edificios eran viejos y tenían las raíces profundas y no iban a marcharse por propia voluntad. De manera que el alcalde y el ayuntamiento emprendieron la búsqueda del hombre adecuado, alguien que comprendiera las dificultades de utilizar maquinaria pesada en edificios viejos y calles estrechas, y encontraron a Edward Logue. Lo llamaban el Bombardero, porque bombardero había sido durante la Segunda Guerra Mundial. A bordo de un B-24. De manera que conocía de primera mano el mayor proyecto de renovación urbana de la historia. Envío fotos de Stuttgart y Dresde al alcalde y los concejales y les dijo: “Yo puedo hacer lo mismo con la plaza Scollay”. Le dieron el encargo.» (92-93)

«Al succionarme las encías se me llenaba la boca de un sabor a sangre. Me imaginé muriendo. Fred Astaire, el gran bailarín, muriéndose. John Keats, el gran poeta, muriéndose. Apollinaire, delirante, muriéndose. Joyce muriéndose en Zúrich. Stevenson muriéndose en Samoa. Marlowe muriendo apuñalado. Lamentaba que no hubiera nadie delante para verme. Las bellas mariposas plegarían las alas y yo iba a morir como una rata cualquiera. ... Matarratas, o El amor traicionado. Todo lo que yo había creído firme y atado se desmoronaba ahora; y, sin embargo, al mismo tiempo me sentí renacer. Estaba dispuesto, como suele decirse, a volver página.» (120-121)

«Jerry fue el primer escritor verdadero que conocí y debo confesar que, a pesar de su bondad, me decepcionó. Como ya he dicho, yo, por aquel entonces, seguía siendo muy burgués, y Jerry no llevaba, de ninguna manera, la vida que según mis normas habría tenido que llevar. ... Yo siempre había imaginado que un verdadero escritor —como yo, en mis sueños— dedicaría gran parte de su tiempo a estar instalado en los cafés, sosteniendo ingeniosas charlas con gente chispeante y que de vez en cuando regresaría a casa con una chica de larga cabellera negra ... Lo imaginaba encerrado en su cuarto durante días, bebiendo litros de whisky en un vaso de Woolworth y tecleando en su Underwood hasta altas horas de la madrugada. Nunca iba bien afeitado, pero tampoco pasaba de una barba de dos días. Había cierta amargura escondida en la comisuras de su boca, y sus ojos tristes traicionaban un irónico je ne sais quoi. Jerry solo se ajustaba a esta descripción —muy remotamente— en lo que se refiere al whisky.» (147-148)
  • Sam Savage, Firmin. Aventuras de una alimaña urbana, editorial Seix Barral, Barcelona, 2007. Traducción de Ramón Buenaventura. Ilustraciones de Krahn.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Empecé leyendo este libro con humor y risas. Puede que influyera que al final del libro yo me encontrara en un momento sensible, sin duda,pero os confieso que las últimas páginas las leí llorando. En el fondo, con humor, sarcasmo, dosis de irreverencia...etc, es la historia de un personaje que vive la tragedia absolutamente existencial de, por su personalidad y sensibilidad, vivir en el lugar y con la condición equivocados. De ser un extraño en el mundo que le tocó vivir. ¡Cómo al final, desesperadamente deseaba que aquel ser encontrara un sentido a su vida! sin realmente haberlo, sin realmente hallarlo. Firmin es un rata, pero es una metáfora de lo que podemos ser cualquiera de nosotros.
Es un libro hermoso, leedlo.

Darabuc dijo...

Gracias por tu comentario, con el que personalmente coincido: es una rata muy humana, a la que se le coge cariño. A mí el principio me costó, más que hacerme reír. Pero el desarrollo me convenció del todo.

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